viernes, 16 de enero de 2009

Café Manicomio

¿Le parece bien aquella mesa? Esa junto a la puerta, desde donde podamos ver bien quién sube y baja por la calle. O quizás prefiera dentro, al abrigo del frío que se nos ha colado este invierno. Allí, junto al último ventanal, veo una mesa libre. Si, coincido con usted en que este café es delicioso y, aunque no me crea, puedo asegurarle que todos los esteponeros terminan, tarde o temprano, pasando por su puerta a lo largo del día. Por la mañana, el sol baña su terraza devolviendo algo del calor perdido a unos clientes agradecidos. La gente va y viene por la calle Terraza o la calle Real o se para a comprar el periódico o a charlar un rato en uno de los cruces de calles más carismáticos de Estepona. Unos con prisa, otros paseando. Algunos salen de sus trabajos para desayunar con la competencia. Todos, en fin y sin proponérselo, han colocado el café Manicomio en un lugar privilegiado de sus biografías.
Ignoro quién tuvo la visionaria idea de bautizar una cafetería con el nombre de Manicomio, pero estoy seguro de que no alcanzó a imaginar que su establecimiento iba a convertirse en algunos momentos de la historia de nuestra localidad en estandarte y seña de identidad de la misma. Recuerdo que hace unos años, con motivo de la semana de cine español, visitó nuestro pueblo Alfredo Landa. En su discurso de agradecimiento por el homenaje recibido dijo que él ya conocía Estepona, había venido un par de veces, pero confesó que no se acordaba de nada del pueblo, tan solo recordaba que había un bar que se llamaba El Manicomio.

A poco que se intente, y en uno de esos momentos mágicos en los que la tranquilidad no es interrumpida por los coches, se puede escuchar el mar. Se intuye, tras los edificios próximos, el Mediterráneo como el verdadero dueño de la ciudad. En el Manicomio no hay lugar para el aburrimiento. Uno se trae la prensa o intenta leer un libro, pero es imposible; siempre llega alguien al café o sucede cualquier cosa que interrumpe la lectura. Por aquí pasan abogados,alcaldes, imputados, artistas, soñadores, notarios, jueces, excéntricos extranjeros, periodistas, detectives, rateros, policias... todo un crisol de personalidades que van dando forma a la locura cotidiana. Existen otros mentideros en Estepona parecidos a éste, pero el Manicomio cuenta con un escenario irrepetible. Por eso, si usted lo ve bien, tengo la intención de invitarle a un café en esa mesa tan acogedora.

Hace tiempo que El Manicomio cambió su nombre por otro más distinguido (si es que cabe mayor distinción). Ahora se llama Café Real. Pero es inútil. Ese local será siempre el Manicomio, por más que, por mor del Demonio, nos coloquen, Dios no lo quiera, un Mc Donald´s en su lugar. También ignoro (ya ve usted cuánta ignorancia en tan poca persona) si hubo alguna vez un nombre que encajara mejor con la situación actual de nuestro pueblo. Estepona es, desde hace demasiado tiempo, un manicomio, una auténtica casa de locos. Mi intención es compartir con usted algunas reflexiones desde esta mesita nuestra del Manicomio, con nuestro café en las manos, con la certeza de ser invisible para todos, viendo pasar el mundo.