lunes, 22 de abril de 2013

Haciendo limpieza

Esto ha estado flotando entre los bytes de mi ordenador desde hace diez años. Antes de condenarlo al descanso eterno he querido compartirlo. No es justo reírse o llorar solo.
Curso acelerado de cómo acercarse a una mujer
Tengo un millón de besos mustios.
Secos de saber que nunca encontrarán tus labios,
que el día que nazcan en tu carne
no existe.
Tengo la intención siempre propicia para amarte,
para descifrar el misterio de todos tus lunares
y aplicarme en la física cuántica de tus pechos.
Tengo la piel siempre dispuesta, o sea, desnuda
por si piensas, en una mala tentación,
caer en mí.
Tengo una lluvia de sueños por venir,
diez ideas esperando ver la luz 
y algún que otro viaje por hacer.
Tengo aún a un hombre por nacer en mí
mejor y más humano.
Y un deseo desordenado por saber
qué color toman tus ojos a dos dedos de mí,
con la tenue luz horizontal de mi colchón.
Tengo, y esto es todo, una pregunta visceral
que hace años (o un minuto) no me deja vivir:
¿Cómo te llamas? ¿vienes mucho por aquí?

El hijo imposible
Te lo dije, mi vida,
agárrate bien.
No sueltes a tu madre,
no te me vayas de tu madriguera de sangre.
Agárrate bien,
¿recuerdas?
Pero tú no me escuchaste,
y te fuiste a la luz con la impaciencia de tu madre,
con mi torpeza ya heredada.
Pobre mío.
Ya tu madre y yo te esperábamos
tras la sorpresa de tu existencia.
Cuando apenas la alegría florece
te me pierdes confundido en la luna,
distraído por qué se yo qué estrella.
Agárrate,
Aguanta un poco, hijo mío,
Que aún te debo tanto…
No hagas caso a lo que dije, mi vida,
siempre hay que tener esperanza.
Quizás el mundo no sea tan malo,
quizás tú seas la prueba, el sentido, mi cura.
Qué haremos ahora con tu vacío tan pequeño,
con tu manchita de sangre,
con todos tus sueños proyectados.
Agárrate bien,
¿recuerdas?
No me escuchaste.
El viento arrecia, quizás llueva.
Abrígate bien, hijo mío,
no te resfríes.