domingo, 11 de noviembre de 2012

No vayas

Cuando te levantes, date un minuto. Siéntate en tu cama. No enciendas la luz, no hagas ningún ruido. Disfruta un momento del silencio de la noche que ya se va. No permitas que la angustia, la desidia, el miedo o la pereza minen este momento. Este minuto es solo tuyo. Vuelve desde el silencio, adéntrate en el día sin el ruido que cada mañana te acompaña. Acude a ti mismo puro, desde tu origen, desde tu esencia.

Mírate ahora en el espejo. Son muchos los días que han pasado desde la última vez que te reconociste en él. Desde que aún creías en tus sueños, desde que las ilusiones dejaron paso a las obligaciones y tuviste que ceder, que sacrificar piezas de la partida de ajedrez de tu existencia. Sabes que no eres una excepción, ni siquiera un ser especial. No obstante, y a pesar de todo, aún puedes  mirarte a la cara. Todavía no te has traicionado en lo esencial. Aún tienes esa vergüenza y esa decencia que tu madre se empeñó en inculcar. Por eso, en este instante, frente a tus años, tu trayectoria con todo lo vivido, tantos sacrificios y satisfacciones, te viene a la cabeza la duda de si es correcto lo que te toca hacer esta mañana. “Yo no estudié para esto. No me dejé la vida en unas oposiciones para ser un emisario del dolor”.

Y es cierto. No estudiaste para esto. No empeñaste tu vida para levantarte un día y romper la vida de otros, cuando en realidad tu sueño era protegerlas. No eres policía, o secretario judicial o juez para echar a gente de sus casas, para destrozar el futuro de personas que son inocentes.

Por eso te pido que hoy no vayas. Di que estás enfermo, que no sonó el despertador, que un familiar te ha reclamado. No acudas hoy a tu cita con la desgracia. No seas herramienta de la destrucción. Quédate en casa, vuelve a la cama junto a tu mujer. Dale otro día a esa familia que sabes que te espera con angustia, con la remota esperanza de que pases de largo, de que todos se olviden de  ellos. Con la desesperación pintada en su cara porque saben que el banco no perdona.

No vayas. Hoy, no vayas. Ya sé que solo es un día, que mañana o pasado les tocará, pero déjales otro día dormir en sus camas, permíteles tener un hogar veinticuatro horas más. Mañana te volveré a pedir que te des un minuto cuando te levantes. Que te sientes en tu cama y no enciendas la luz…para no desvanecerte.

jueves, 26 de julio de 2012

Vampiros como los de antes

Nunca me cayeron bien los zombies. Me producen mucha inquietud y bastante repugnancia. He de reconocer que, si bien de joven pude soportar la visión de alguna película del género, ahora no puedo tolerarlos ni en los anuncios de la tele. Los vampiros, en cambio, son otra cosa, y tengo que admitir que algunos me despiertan una extraña simpatía, sobre todo los de la vieja escuela, con esmoquin y capa castellana, con sus maneras educadas, sus títulos nobiliarios y su cochero en la puerta. Me da mucha pena compararlos con los chupasangre que hoy día pueblan nuestras pantallas, tan ordinarios y corrientes. No obstante, la comparación es aberrante cuando hablamos de los zombies. Sospecho que mi animadversión por estos ciudadanos radica edrácula 1n su extrema estupidez y en su feroz parasitismo con los pobres humanos que se cruzan en su deambular sin rumbo. Los muertos vivientes obtienen cierta paz en sus vidas saboreando el cerebro de los vivos, como si de esta manera fuesen a desarrollar una inteligencia de la que posiblemente tampoco disfrutaron en vida. Y para conseguir su objetivo destrozan todo lo que encuentran a su paso, dejando la vivienda de la víctima hecha una pocilga. Además, buscan para una sola vez. Víctima que encuentran, víctima que se zampan de una sentada. Frente a ellos, el vampiro es mucho más sutil. No hablo del vampiro seudo-socialista de hoy día, proletario de la sangre y camarada de mausoleo. No. Me refiero al Príncipe de los condenados, a la élite por excelencia de los monstruos, al seductor que se alimenta de los pobres incautos hipnotizándoles o prometiéndoles la eternidad o un chalet en Torrevieja. Saben muy bien sacarle partido a su negocio estos vividores de la vena. Aquellos que caen en sus redes se convierten en una suerte de esclavos alimenticios. No mueren porque se le acabaría el chollo al vampiro, pero tampoco se pueden desligar de sus amos.

Como todos sabemos, la perfección en esta categoría laboral la ostenta el genial Conde Drácula, que en mis recuerdos no es Bela Lugosi, que parecía un vendedor de enciclopedias a domicilio, sino el  genial Christopher Lee, con sus ojos inyectados en sangre y ese aspecto de jefe de estudios de internado. Para mi desgracia leí la extraordinaria obra de Stoker de adulto, a la luz de una linterna (imprescindible para leer esta obra y que tendría que ser de venta obligada con el ejemplar), descubriendo lo que me perdí a los quince años, cuando a buen seguro la imagen de la pobre Lucy, con un hilo de sangre bajándole por el cuello y perdiéndose en su generoso escote, hubiese sembrado mis sueños de lascivo terror.  drácula 2

Pero ya no hay vampiros como los de antes, que se disculpen por morderte o vivan un poco acomplejados de su calidad de subespecie. Los vampiros de entonces, los de blanco y negro o cinemascope, conocían a tu familia y se interesaban por ella, sabían que chupar mucho no era bueno para nadie, y que no todo en la vida es una orgía hemoglobínica.  Los vampiros de entonces eran educados y te engañaban solo lo indispensable, para ir tirando tú con ellos y ellos con tu sangre. Uno podía fiarse un poco de ellos, y controlar los daños e incluso comprar con esfuerzo la libertad, cosa impensable en nuestros días, cuando el concepto de eternos esclavos cobra su máxima expresión en nuestra naturaleza finita. Algunos se iban tranquilos al féretro, convencidos de haber ayudado a sus sustentadores. Los vampiros de ahora están muy mal educados, se han acostumbrado a las formas de los zombies, de tal manera que hoy solo podemos aspirar a zombies destrozones,  que te buscan una ruina o a vampiros sin clase y aún más invisibles en los espejos de la ética.

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Me pregunto cuántos vampiros ramplones y zafios puede mantener un trabajador medio, cuántos chupetazos pueden darnos antes de dejarnos secos del todo, antes de condenarnos a la morosidad eterna. Cuánto podremos aguantar hasta que el Val Helsing que llevamos dentro haga su aparición clavando estacas y cortando cabezas. Y pienso en esto después de leer una noticia sorprendente sobre ciertas tumbas transilvanas recientes, del s. XX, en la que se han encontrado esqueletos atravesados por una estaca. Parece ser que estas personas fueron tan perversas en vida que sus familiares y vecinos no dudaron en tratarlos como a un vampiro tras su deceso, por miedo a que volvieran a llevarse su sangre. Me sigo preguntando hasta qué grado de maldad se ha de llegar para que los demás piensen de ti que te vas a convertir en demonio cuando fallezcas.

¿Habría estacas en este país para tanto aspirante a vampiro, para tanto opositor a maldito chupasangre?

viernes, 15 de junio de 2012

Diccionario breve de palabras expoliadas I

La palabra es la mayor y más poderosa posesión del ser humano. Nos diferencia del resto de los animales y nos permite adentrarnos en el otro, ser el otro, en un maravilloso mestizaje. La palabra puede ser letal, acogedora, cruel o amable. Pero también delicada, dúctil, maleable. Y es en su propia fortaleza donde radica su fragilidad.

Observo la maravillosa aunque terrible transformación que sufren algunas palabras que han sido sometidas a manipulaciones de laboratorio con el  objeto de hacerlas parecer lo que no son, y lograr mentir a la gente cuando se las invoque. Las llamo las palabras expoliadas. Como la manipulación del lenguaje en favor de intereses espurios es cada día más intensa he decidido abrir algunas entradas para reflexionar sobre ellas. He aquí la primera.

Transparente.  adj. 1. Se dice del cuerpo a través del cual pueden verse los objetos distintamente. SIN. Diáfano, cristalino.

Alguna vez escribí a propósito de aquella leyenda que circula sobre Goebbels y su concepto de transparencia. Parece ser que el genio de la propaganda nazi se propuso instalar en la opinión pública germana la idea de que los judíos eran los culpables de los males que aquejaban Alemania por medio de un ejercicio de transparencia: En unos inmensos carteles con los que empapeló las principales calles de Berlín se podía leer “Alemania está al borde de  la catástrofe por culpa de los negros, los gitanos, los ciclistas y los judíos”. A los berlineses les sorprendió mucho la inclusión de los ciclistas en esta lista. Esta extrañeza y las preguntas que surgieron a raíz de la misma provocó que pocas personas se percatasen de los otros grupos incluidos en la lista de los culpables del sufrimiento alemán, no siendo, por tanto, cuestionada en estos extremos. De esta manera, una información que llamó poderosamente la atención por absurda, (los ciclistas son los culpables) permitió que otras transparentes aunque no menos descabelladas, calasen en los alemanes de manera inapreciable.

Ignoro si la historia se ajusta a la realidad, ni siquiera si la recreación es correcta, pero aun no siendo verdad  explica perfectamente el expolio que ha sufrido  la palabra “transparencia”.

Siempre hemos pensado que obrar con transparencia es lo más correcto. Cuando algún político nos prometía una gestión transparente pensábamos que expondría a la luz pública todas sus maniobras, sus decisiones y motivaciones en esa gestión de lo público. De la misma manera, los banqueros nos han asegurado durante décadas la misma transparencia en su trabajo, en el uso de nuestro dinero. Pero resulta que, cuando decían “transparencia” se referían en realidad a “invisible”. De ahí que los primeros hagan y deshagan sin darnos ninguna explicación sometidos a las órdenes de los segundos, que actúan bajo la misma invisibilidad. (No me he equivocado en el orden).

Lejos de estar bajo el mandato de misteriosos gobiernos en la sombra los que de verdad deciden sobre nuestro presente y futuro ejercen su labor desde la más absoluta transparencia.

y así, descubrimos que alguien decide por nosotros que somos insolventes, que se ha de recortar en gastos que la mayoría  consideramos necesarios, que hemos de sacrificarnos, ajustarnos el cinturón y vivir pendientes de primas de riesgo evaluadas por empresas privadas, bolsas, recortes, mercados…

¿Quiénes deciden qué?¿quiénes se enriquecen con la pobreza de tantos?¿quiénes están haciendo el negocio del siglo con la crisis? No lo sabremos nunca. Son transparentes.  

gobierno-en-la-sombra

viernes, 1 de junio de 2012

Z-75

-¿Llevas tu carné?-
-Si. Siempre lo llevo-
-Bien. Tu coge el bolso con los papeles y me lo das cuando te lo pida-
-Z-75, mesa 9- Salto de mi asiento como un conejo al escuchar un disparo. La megafonía es infame, pero aún audible. Sigo a mi mujer sorteando a varias personas que esperan el turno para comparecer, como nosotros, ante el Oráculo que nos vaticinará si el Olimpo nos es propicio (pagar o ser pagado, he ahí la cuestión). Al pasar junto al habitáculo de la recepción miro de reojo al inmenso sapo con forma semihumana que me dio el número:
- Perdone, solicitamos hace unas semanas una cita por internet y no sé si…-
-Un momento- machaca con sus dedos sin huesos el teclado del ordenador.-Espere su turno.-  Le ha costado media vida levantar el brazo para ofrecerme un papel similar al del turno de la carnicería con un número y una letra. No me mira. Posa sus ojos de anfibio en mí, pero no ve nada.
El que viene detrás de mí pide otro número, y mientras me retiro me percato de que no porta, como yo, el  folio impreso de la cita por internet. Acuciado por la angustia de haberme equivocado insisto a la mujer-rana.
-Perdone, pero yo pedí cita por internet-
-Espere su turno-. Esta vez sí he conseguido que deslizara sus gafas y fijara sus ojos en mí,  por encima de la montura. Me vuelvo a mi sitio, con el rabo entre las piernas, convencido de que nunca sabré si existe el área 51, quién mató a Kennedy o para qué coño saqué  el número para hacer la declaración de la Renta por internet con mes y medio de antelación.
El funcionario de Hacienda es preocupantemente joven. Mi mujer lo prefiere, pero yo siempre desconfío de los que son más jóvenes que yo y aparentan saber más, sobre todo cuando este extremo se confirma.
-Buenos días-.
-Buenos días-. Intento dar una imagen de superioridad, procuro sentarme con informalidad y ofrecer una sonrisa cómplice que no encuentra correspondencia.
-DNI, por favor-
-Bien. En el ordenador aparece que es usted Fulanito de Tal, trabaja en tal empresa, tiene coche, tiene una hipoteca y un préstamo personal con una entidad bancaria. También aparece que tiene un seguro de vida y otro de hogar, un plan de pensiones…-
El funcionario sigue abriendo mi vida en canal, sacando a la luz mis deudas y capitales, mi vida laboral, los hijos que tengo y desde cuándo estoy casado. Miro a mi mujer que se prepara para empezar a darle papeles al funcionario en cuanto los solicite. Me pregunto qué más puede pedir, si conoce hasta el más mínimo detalle de mi insulsa existencia.
-¿Me permite su última declaración de la renta?-
-Dame la bolsa- Dice mi mujer con una resolución que quita el hipo. Busca entre toda la documentación que ha preparado durante tres días y le proporciona al funcionario la declaración que pide.
-La del año anterior.-Nueva búsqueda. –Dígame qué pone en el recuadro 3b.-
-321-responde rápidamente mi esposa/gestora fiscal.
-Bien, ¿estas son las retenciones totales?-
-Si-
-¿Ustedes vendieron el año pasado un piso?-
- Si, nuestra vivienda habitual-
-¿compraron otro?-
-Claro.-
-¿Me da las escrituras?¿dónde aparece el importe total del préstamo hipotecario?¿Por cuánto vendieron el antiguo?¿por cuánto lo compraron?¿tienen los gastos de notaría?¿Este es el precio de tasación?-
-Dios, que no me pregunte a mí-me digo-porque la puedo liar parda.- Mentalmente compruebo los dos únicos datos que tengo claros: el número de mi carné de identidad y la talla de calzoncillos que llevo.
-¿Incluye este documento las deducciones por maternidad?¿Tienen algún otro gasto que desgrave?-
Algún otro gasto, dice.
A cada respuesta los golpes a la calculadora del funcionario arrecian, sin saber si suma o resta. Como no entiendo ni una palabra de lo que están diciendo me concentro en su lenguaje corporal. A veces asoma a sus labios una media sonrisa que me corta la respiración. Otras veces frunce el ceño y me doy por perdido. Yo he abandonado ya toda compostura. Permanezco con las rodillas juntas, las manos entrelazadas y echado hacia la mesa del funcionario, que a veces me mira con lástima. Intento recordar si devolver es que das o te dan, aunque tratándose de Hacienda siempre te dan. Dios qué va a pasar con nosotros ahora, con lo jóvenes que somos y con dos niños pequeños en el mundo. Apiádese de nosotros, señor funcionario, le digo con la mirada.
-Bueno, la de usted ya está, aunque para que devuelva harían falta otros conceptos deducibles, porque la mayoría que me han proporcionado no desgravan.-
Silencio.
Dios mío, qué va a ser de nosotros ahora.

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viernes, 20 de abril de 2012

La gotera

Tengo una gotera en casa. Pocos minutos después de comenzar a llover los escasos días de agua del mes de marzo una gota se deslizaba por el aluminio, estrellándose en el parqué de mi salón. Con un estruendo silencioso, perdía su perfección esférica, transformada en lágrima por la velocidad con que la tierra ansía abrazar lo que es suyo, para ser después estrella líquida, desorientada naturaleza entre mis muebles de Ikea.

Tras el estupor y el enfado de los primeros días, la gota y yo nos acostumbramos a encontrarnos. Yo la esperaba en cuanto sentía el aviso del agua en mis cristales y ella sonreía desde el techo antes de emprender su viaje al vacío. Esta gota, antigua y nueva cada vez, me trae la consciencia del calor de mi casa. Surge de mi hogar otra luz un poco olvidada por la guerra diaria de lo pequeño y gracias a su minúscula amenaza encuentro más paz y acogimiento en mi rutina.

Qué bueno es no desear de vez en cuando, me dice mi amigo Pedro Villarejo. Pero qué necesario es también recordar lo efímero del presente, de las cosas e incluso de la existencia para disfrutarlas.

El día en que el Titanic celebró sus cien años bajo el mar, mi gota trajo una legión de agua y viento que encontraron sus caminos secretos para colarse mansa y masivamente en mi salón. Durante unas horas no hubo cubo, barreño o palangana seca en casa y todo fue un ir y venir tapando vías. Hundiéndonos en el cuarto piso, mientras mis hijos, improvisados músicos de orquesta, tocaban instrumentos de mentira. Al despedirse la luz también el agua se retiró en tregua. Pero mucho me temo que cualquier otro día de tormenta volvamos a las andadas. Ya conocemos la perfecta memoria del agua. No queda otra solución que volver a sellar las juntas, fortalecer las defensas y tapar las entradas. Me incomoda pensar en mi gota de agua cuando venga sigilosa a descolgarse. No podré mirarla a la cara y soportar su reproche líquido tras el cristal sellado de mi ventana.