lunes, 23 de noviembre de 2015

La superficie imposible


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  He removido el fondo y ahora todo está turbio. En estos casos, la prudencia aconseja esperar a que el lodo se sedimente nuevamente en el suelo. Lentamente. Cada partícula en suspensión debe entender que no pertenece a esa altura. Que su sitio está en el fondo. Parada. En una oscuridad eterna, acariciada por las corrientes, pero condenada por su peso a no subir salvo en los momentos de agitación en los que, impelida por una fuerza inesperada, comienza la enloquecida ascensión hacia una luz que nunca alcanza, hacia la superficie imposible.

Me miro en la partícula que flota mansamente ante mis ojos. No es arena, parece un diminuto fragmento de concha. Deduzco que ya ha perdido la esperanza de alcanzar el horizonte de agua y aire, y ahora se resiste a bajar de nuevo al suelo. Tan soporíferamente ajeno a todo lo que no sea silencio contenido, acolchado latido de la vida lejana, más allá de la línea húmeda de la superficie.

Necesito que la mota de concha regrese a su prisión de agua y quietud para poder mirar yo un poco hacia arriba. También hacia la línea del agua, que comienza a luchar por entrar en mis pulmones y sustituir el aire cansado que pugna por abandonarme.

Tengo la tentación de transformarme en pedazo de concha y vencerme al sueño de unos días vacios, desde donde mire el inalcanzable brillo del aire que ya es extraño a mis pulmones. Creo que olvidé cómo se respira y a qué huele el aire cuando se inhala  y cómo hiere la luz reflejada en el agua desde arriba. Sospecho que mis días humanos pasaron y ahora soy un pequeño sedimento limoso, que 
busca la fuerza de un mar que lo eleve, o lo devuelva a la orilla.

Un grano de arena prisionero en el agua

miércoles, 29 de enero de 2014

30 años después

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Terminó aquel eterno verano en el que el sol nos doraba los cabellos. Donde todo pasaba tan maravillosamente lento que uno podía mirar una a una cada concha, y despedirse de ellas hasta el día siguiente. Pasó el tiempo de la cal en una casa donde sonaba el tic-tac de un reloj que nos marcaba el ritmo de la siesta, y el escaso frescor de agosto se ocultaba entre sus gruesos muros, mezclándose con la risa de unos niños que aún buscan las gotas de miel de la infancia en unas tortas de aceite.

Han pasado demasiadas cosas, y algunas ilusiones se han quebrado por el viento incesante del tiempo. Otras han encontrado acomodo, se han sedimentado a la espera de alguna corriente que las despierte, con la esperanza de que alguna marea las haga brillar y emerger desde el fondo, donde guardamos aquello que nos ha hecho felices y que ahora nos lastima.

Sin verlo venir el destino nos ha atropellado. La magia se nos ha secado encima y no sabemos qué hacer con esa ceniza que cubre nuestro cuerpo.

A veces me parece saborear aquellos bocadillos que comíamos con la espuma lamiendo nuestros pies y una toalla sobre los hombros, contemplando a la abuela darse los últimos baños de agua y luz. Cuando tras el trasiego de bañistas el mar tomaba la palabra y contaba la belleza de un día en agonía. Las cálidas noches, donde la oscuridad tan solo era otra promesa de una claridad que vendría a regalarnos otro día de fiesta.

Éramos felices. Eso es todo.

2013-08-03 15.32.16La vida, este maravilloso y terrible carrusel, ha corrido para todos. Y todos nos hemos visto a merced de nosotros mismos, sin saber dónde sostener la bandera de la inocencia, sin encontrar un cofre adecuado para nuestro tesoro de caracolas, algas y arena. Pero, aún en los peores momentos, todos hemos encontrado nuestro sitio. Nadie ha dado por perdida la batalla. Todos conocemos de dónde proviene el sabor a sal de nuestros besos. Ese es el motivo de que, treinta años después, busquemos los lugares y las fechas para correr a contarnos batallas de otras playas y poder intercambiar piedrecillas blancas que trajo el levante, cristales dilatados por el sol o caracolas de mar. Acudimos a las calles de nuestra infancia como quien busca la receta para dormir como entonces, cuando todo nuestro empeño era adivinar qué decíamos bajo el agua. Y la casa. Aquel patio en donde colgábamos los bañadores, y su misterioso caño, que era una oscura boca a la que no queríamos mirar de frente.

Ese es el secreto. No hay más. Conocer de dónde vienes, y saber que, pase lo que pase, siempre tendrás tu lugar.

lunes, 22 de abril de 2013

Haciendo limpieza

Esto ha estado flotando entre los bytes de mi ordenador desde hace diez años. Antes de condenarlo al descanso eterno he querido compartirlo. No es justo reírse o llorar solo.
Curso acelerado de cómo acercarse a una mujer
Tengo un millón de besos mustios.
Secos de saber que nunca encontrarán tus labios,
que el día que nazcan en tu carne
no existe.
Tengo la intención siempre propicia para amarte,
para descifrar el misterio de todos tus lunares
y aplicarme en la física cuántica de tus pechos.
Tengo la piel siempre dispuesta, o sea, desnuda
por si piensas, en una mala tentación,
caer en mí.
Tengo una lluvia de sueños por venir,
diez ideas esperando ver la luz 
y algún que otro viaje por hacer.
Tengo aún a un hombre por nacer en mí
mejor y más humano.
Y un deseo desordenado por saber
qué color toman tus ojos a dos dedos de mí,
con la tenue luz horizontal de mi colchón.
Tengo, y esto es todo, una pregunta visceral
que hace años (o un minuto) no me deja vivir:
¿Cómo te llamas? ¿vienes mucho por aquí?

El hijo imposible
Te lo dije, mi vida,
agárrate bien.
No sueltes a tu madre,
no te me vayas de tu madriguera de sangre.
Agárrate bien,
¿recuerdas?
Pero tú no me escuchaste,
y te fuiste a la luz con la impaciencia de tu madre,
con mi torpeza ya heredada.
Pobre mío.
Ya tu madre y yo te esperábamos
tras la sorpresa de tu existencia.
Cuando apenas la alegría florece
te me pierdes confundido en la luna,
distraído por qué se yo qué estrella.
Agárrate,
Aguanta un poco, hijo mío,
Que aún te debo tanto…
No hagas caso a lo que dije, mi vida,
siempre hay que tener esperanza.
Quizás el mundo no sea tan malo,
quizás tú seas la prueba, el sentido, mi cura.
Qué haremos ahora con tu vacío tan pequeño,
con tu manchita de sangre,
con todos tus sueños proyectados.
Agárrate bien,
¿recuerdas?
No me escuchaste.
El viento arrecia, quizás llueva.
Abrígate bien, hijo mío,
no te resfríes.






















































martes, 15 de enero de 2013

Diccionario breve de palabras expoliadas II

Reforma.- 1. Acción y efecto de reformar o reformarse. 2. Aquello que se propone, proyecta o ejecuta como innovación o mejora de algo.

De niños, cuando la inocencia se hacía la distraída y nos dejábamos arrastrar por nuestros impulsos más pendencieros, nos amenazaron alguna vez y muy vagamente con llevarnos al reformatorio. Ese lugar adonde iban a parar los abyectos infantes que habrían de jugarse allí su última oportunidad de ser un ciudadano modelo o un despreciable ser amoral. Recuerdo la imagen simple que mi cerebro, alimentado por la culpa y una inquietud rayana en miedo, construía de aquella institución nefanda, y del terror de que mi familia sufriera el oprobio de ver a su hijo hecho un perfecto delincuente.

Estos meses, que ya van siendo años, veo esta caricatura que llamamos España con la espada del reformatorio sobre su cabeza, amenazada por no cumplir lo que de ella se espera, como las jóvenes promesas que antes de alcanzar el éxito augurado yacen mustios en la más absoluta mediocridad. Pero nosotros, más dados a mirarnos el ombligo, no tememos tanto a los reformatorios a los que condenen a España como a las reformas que nos están imponiendo. O puede que una cosa lleve a la otra, o vicevesa, que ya se sabe que en economía, y sobre todo últimamente, la realidad muta a tal velocidad que lo que antes era un cosa ahora es la contraria.

Hace unas décadas hablar de reforma era pensar en una mejora. Los trabajadores aplaudían las reformas salariales, porque se sabía que sus nóminas se verían engrosadas o sus derechos garantizados y ampliados. Las reformas educativas o judiciales, lejos de vaciar de contenido lo que se pretendía reformar intentaban ampliar los horizontes de la sociedad y afianzar ciertos valores irrenunciables y necesarios: la ética y el conocimiento y su concurso en la res pública. Pensar en una reforma de la seguridad social o del sistema de pensiones nos hacía albergar la esperanza de que el dentista lo pagase el Estado (que entonces sí éramos todos) o que íbamos a dejar de trabajar a los sesenta (y sin que nos echaran a la calle). Pero hoy, desde que Murphy se hizo español y su maldita ley es lectura de cabecera de los que ejercen el miedo y el poder, el término reforma es sinónimo de recorte, de pérdida de derechos, de sacrificios (de la mayoría) para que siga mejorando la calidad de vida de unos cuantos.

Hoy la reforma es el hombre del saco, otro repecho en la cuesta de enero de cada mes. Un inclemente viento de desdichas. La más fea, con la que siempre nos toca bailar. Y lo peor es que, como cuando éramos niños y no queríamos tomarnos la medicina, siempre nos dicen que es por nuestro bien, que solo así saldremos del pozo, que estas estrecheces son coyunturales, pasajeras.

Éstas reformas, retorcidas en su significado, prostituidas, degeneradas nos vienen por equivocarnos al creer que vivir bien es estrenar todos los días zapatos nuevos, olvidando que descalzos íbamos más cómodos, o querer vivir con la luz de unos fuegos de artificio, desdeñando la luz del día por ordinaria y monótona. Vivimos como clientes, y como clientes que han de pagar nos están ahora tratando. Entregamos nuestra ciudadanía en la puerta de unos grandes almacenes. Ahora buscamos nuestros legítimos derechos entre panfletos publicitarios y ofertas de pisos de saldo. Ahora entendemos que debimos haber reformado, en el más noble sentido de la palabra, nuestro sistema político y financiero, que debimos dotar de mayor sentido y peso la educación de los más jóvenes, que tendríamos que haber atado corto a todos los monstruos que se nos comen.

Y mientras, los gobiernos anuncian más reformas, para satisfacer a los mercados, equilibrar los balances, mitigar la deuda, calmar a los inversores…y joder aún más a las personas.

domingo, 11 de noviembre de 2012

No vayas

Cuando te levantes, date un minuto. Siéntate en tu cama. No enciendas la luz, no hagas ningún ruido. Disfruta un momento del silencio de la noche que ya se va. No permitas que la angustia, la desidia, el miedo o la pereza minen este momento. Este minuto es solo tuyo. Vuelve desde el silencio, adéntrate en el día sin el ruido que cada mañana te acompaña. Acude a ti mismo puro, desde tu origen, desde tu esencia.

Mírate ahora en el espejo. Son muchos los días que han pasado desde la última vez que te reconociste en él. Desde que aún creías en tus sueños, desde que las ilusiones dejaron paso a las obligaciones y tuviste que ceder, que sacrificar piezas de la partida de ajedrez de tu existencia. Sabes que no eres una excepción, ni siquiera un ser especial. No obstante, y a pesar de todo, aún puedes  mirarte a la cara. Todavía no te has traicionado en lo esencial. Aún tienes esa vergüenza y esa decencia que tu madre se empeñó en inculcar. Por eso, en este instante, frente a tus años, tu trayectoria con todo lo vivido, tantos sacrificios y satisfacciones, te viene a la cabeza la duda de si es correcto lo que te toca hacer esta mañana. “Yo no estudié para esto. No me dejé la vida en unas oposiciones para ser un emisario del dolor”.

Y es cierto. No estudiaste para esto. No empeñaste tu vida para levantarte un día y romper la vida de otros, cuando en realidad tu sueño era protegerlas. No eres policía, o secretario judicial o juez para echar a gente de sus casas, para destrozar el futuro de personas que son inocentes.

Por eso te pido que hoy no vayas. Di que estás enfermo, que no sonó el despertador, que un familiar te ha reclamado. No acudas hoy a tu cita con la desgracia. No seas herramienta de la destrucción. Quédate en casa, vuelve a la cama junto a tu mujer. Dale otro día a esa familia que sabes que te espera con angustia, con la remota esperanza de que pases de largo, de que todos se olviden de  ellos. Con la desesperación pintada en su cara porque saben que el banco no perdona.

No vayas. Hoy, no vayas. Ya sé que solo es un día, que mañana o pasado les tocará, pero déjales otro día dormir en sus camas, permíteles tener un hogar veinticuatro horas más. Mañana te volveré a pedir que te des un minuto cuando te levantes. Que te sientes en tu cama y no enciendas la luz…para no desvanecerte.

jueves, 26 de julio de 2012

Vampiros como los de antes

Nunca me cayeron bien los zombies. Me producen mucha inquietud y bastante repugnancia. He de reconocer que, si bien de joven pude soportar la visión de alguna película del género, ahora no puedo tolerarlos ni en los anuncios de la tele. Los vampiros, en cambio, son otra cosa, y tengo que admitir que algunos me despiertan una extraña simpatía, sobre todo los de la vieja escuela, con esmoquin y capa castellana, con sus maneras educadas, sus títulos nobiliarios y su cochero en la puerta. Me da mucha pena compararlos con los chupasangre que hoy día pueblan nuestras pantallas, tan ordinarios y corrientes. No obstante, la comparación es aberrante cuando hablamos de los zombies. Sospecho que mi animadversión por estos ciudadanos radica edrácula 1n su extrema estupidez y en su feroz parasitismo con los pobres humanos que se cruzan en su deambular sin rumbo. Los muertos vivientes obtienen cierta paz en sus vidas saboreando el cerebro de los vivos, como si de esta manera fuesen a desarrollar una inteligencia de la que posiblemente tampoco disfrutaron en vida. Y para conseguir su objetivo destrozan todo lo que encuentran a su paso, dejando la vivienda de la víctima hecha una pocilga. Además, buscan para una sola vez. Víctima que encuentran, víctima que se zampan de una sentada. Frente a ellos, el vampiro es mucho más sutil. No hablo del vampiro seudo-socialista de hoy día, proletario de la sangre y camarada de mausoleo. No. Me refiero al Príncipe de los condenados, a la élite por excelencia de los monstruos, al seductor que se alimenta de los pobres incautos hipnotizándoles o prometiéndoles la eternidad o un chalet en Torrevieja. Saben muy bien sacarle partido a su negocio estos vividores de la vena. Aquellos que caen en sus redes se convierten en una suerte de esclavos alimenticios. No mueren porque se le acabaría el chollo al vampiro, pero tampoco se pueden desligar de sus amos.

Como todos sabemos, la perfección en esta categoría laboral la ostenta el genial Conde Drácula, que en mis recuerdos no es Bela Lugosi, que parecía un vendedor de enciclopedias a domicilio, sino el  genial Christopher Lee, con sus ojos inyectados en sangre y ese aspecto de jefe de estudios de internado. Para mi desgracia leí la extraordinaria obra de Stoker de adulto, a la luz de una linterna (imprescindible para leer esta obra y que tendría que ser de venta obligada con el ejemplar), descubriendo lo que me perdí a los quince años, cuando a buen seguro la imagen de la pobre Lucy, con un hilo de sangre bajándole por el cuello y perdiéndose en su generoso escote, hubiese sembrado mis sueños de lascivo terror.  drácula 2

Pero ya no hay vampiros como los de antes, que se disculpen por morderte o vivan un poco acomplejados de su calidad de subespecie. Los vampiros de entonces, los de blanco y negro o cinemascope, conocían a tu familia y se interesaban por ella, sabían que chupar mucho no era bueno para nadie, y que no todo en la vida es una orgía hemoglobínica.  Los vampiros de entonces eran educados y te engañaban solo lo indispensable, para ir tirando tú con ellos y ellos con tu sangre. Uno podía fiarse un poco de ellos, y controlar los daños e incluso comprar con esfuerzo la libertad, cosa impensable en nuestros días, cuando el concepto de eternos esclavos cobra su máxima expresión en nuestra naturaleza finita. Algunos se iban tranquilos al féretro, convencidos de haber ayudado a sus sustentadores. Los vampiros de ahora están muy mal educados, se han acostumbrado a las formas de los zombies, de tal manera que hoy solo podemos aspirar a zombies destrozones,  que te buscan una ruina o a vampiros sin clase y aún más invisibles en los espejos de la ética.

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Me pregunto cuántos vampiros ramplones y zafios puede mantener un trabajador medio, cuántos chupetazos pueden darnos antes de dejarnos secos del todo, antes de condenarnos a la morosidad eterna. Cuánto podremos aguantar hasta que el Val Helsing que llevamos dentro haga su aparición clavando estacas y cortando cabezas. Y pienso en esto después de leer una noticia sorprendente sobre ciertas tumbas transilvanas recientes, del s. XX, en la que se han encontrado esqueletos atravesados por una estaca. Parece ser que estas personas fueron tan perversas en vida que sus familiares y vecinos no dudaron en tratarlos como a un vampiro tras su deceso, por miedo a que volvieran a llevarse su sangre. Me sigo preguntando hasta qué grado de maldad se ha de llegar para que los demás piensen de ti que te vas a convertir en demonio cuando fallezcas.

¿Habría estacas en este país para tanto aspirante a vampiro, para tanto opositor a maldito chupasangre?

viernes, 15 de junio de 2012

Diccionario breve de palabras expoliadas I

La palabra es la mayor y más poderosa posesión del ser humano. Nos diferencia del resto de los animales y nos permite adentrarnos en el otro, ser el otro, en un maravilloso mestizaje. La palabra puede ser letal, acogedora, cruel o amable. Pero también delicada, dúctil, maleable. Y es en su propia fortaleza donde radica su fragilidad.

Observo la maravillosa aunque terrible transformación que sufren algunas palabras que han sido sometidas a manipulaciones de laboratorio con el  objeto de hacerlas parecer lo que no son, y lograr mentir a la gente cuando se las invoque. Las llamo las palabras expoliadas. Como la manipulación del lenguaje en favor de intereses espurios es cada día más intensa he decidido abrir algunas entradas para reflexionar sobre ellas. He aquí la primera.

Transparente.  adj. 1. Se dice del cuerpo a través del cual pueden verse los objetos distintamente. SIN. Diáfano, cristalino.

Alguna vez escribí a propósito de aquella leyenda que circula sobre Goebbels y su concepto de transparencia. Parece ser que el genio de la propaganda nazi se propuso instalar en la opinión pública germana la idea de que los judíos eran los culpables de los males que aquejaban Alemania por medio de un ejercicio de transparencia: En unos inmensos carteles con los que empapeló las principales calles de Berlín se podía leer “Alemania está al borde de  la catástrofe por culpa de los negros, los gitanos, los ciclistas y los judíos”. A los berlineses les sorprendió mucho la inclusión de los ciclistas en esta lista. Esta extrañeza y las preguntas que surgieron a raíz de la misma provocó que pocas personas se percatasen de los otros grupos incluidos en la lista de los culpables del sufrimiento alemán, no siendo, por tanto, cuestionada en estos extremos. De esta manera, una información que llamó poderosamente la atención por absurda, (los ciclistas son los culpables) permitió que otras transparentes aunque no menos descabelladas, calasen en los alemanes de manera inapreciable.

Ignoro si la historia se ajusta a la realidad, ni siquiera si la recreación es correcta, pero aun no siendo verdad  explica perfectamente el expolio que ha sufrido  la palabra “transparencia”.

Siempre hemos pensado que obrar con transparencia es lo más correcto. Cuando algún político nos prometía una gestión transparente pensábamos que expondría a la luz pública todas sus maniobras, sus decisiones y motivaciones en esa gestión de lo público. De la misma manera, los banqueros nos han asegurado durante décadas la misma transparencia en su trabajo, en el uso de nuestro dinero. Pero resulta que, cuando decían “transparencia” se referían en realidad a “invisible”. De ahí que los primeros hagan y deshagan sin darnos ninguna explicación sometidos a las órdenes de los segundos, que actúan bajo la misma invisibilidad. (No me he equivocado en el orden).

Lejos de estar bajo el mandato de misteriosos gobiernos en la sombra los que de verdad deciden sobre nuestro presente y futuro ejercen su labor desde la más absoluta transparencia.

y así, descubrimos que alguien decide por nosotros que somos insolventes, que se ha de recortar en gastos que la mayoría  consideramos necesarios, que hemos de sacrificarnos, ajustarnos el cinturón y vivir pendientes de primas de riesgo evaluadas por empresas privadas, bolsas, recortes, mercados…

¿Quiénes deciden qué?¿quiénes se enriquecen con la pobreza de tantos?¿quiénes están haciendo el negocio del siglo con la crisis? No lo sabremos nunca. Son transparentes.  

gobierno-en-la-sombra