jueves, 26 de julio de 2012

Vampiros como los de antes

Nunca me cayeron bien los zombies. Me producen mucha inquietud y bastante repugnancia. He de reconocer que, si bien de joven pude soportar la visión de alguna película del género, ahora no puedo tolerarlos ni en los anuncios de la tele. Los vampiros, en cambio, son otra cosa, y tengo que admitir que algunos me despiertan una extraña simpatía, sobre todo los de la vieja escuela, con esmoquin y capa castellana, con sus maneras educadas, sus títulos nobiliarios y su cochero en la puerta. Me da mucha pena compararlos con los chupasangre que hoy día pueblan nuestras pantallas, tan ordinarios y corrientes. No obstante, la comparación es aberrante cuando hablamos de los zombies. Sospecho que mi animadversión por estos ciudadanos radica edrácula 1n su extrema estupidez y en su feroz parasitismo con los pobres humanos que se cruzan en su deambular sin rumbo. Los muertos vivientes obtienen cierta paz en sus vidas saboreando el cerebro de los vivos, como si de esta manera fuesen a desarrollar una inteligencia de la que posiblemente tampoco disfrutaron en vida. Y para conseguir su objetivo destrozan todo lo que encuentran a su paso, dejando la vivienda de la víctima hecha una pocilga. Además, buscan para una sola vez. Víctima que encuentran, víctima que se zampan de una sentada. Frente a ellos, el vampiro es mucho más sutil. No hablo del vampiro seudo-socialista de hoy día, proletario de la sangre y camarada de mausoleo. No. Me refiero al Príncipe de los condenados, a la élite por excelencia de los monstruos, al seductor que se alimenta de los pobres incautos hipnotizándoles o prometiéndoles la eternidad o un chalet en Torrevieja. Saben muy bien sacarle partido a su negocio estos vividores de la vena. Aquellos que caen en sus redes se convierten en una suerte de esclavos alimenticios. No mueren porque se le acabaría el chollo al vampiro, pero tampoco se pueden desligar de sus amos.

Como todos sabemos, la perfección en esta categoría laboral la ostenta el genial Conde Drácula, que en mis recuerdos no es Bela Lugosi, que parecía un vendedor de enciclopedias a domicilio, sino el  genial Christopher Lee, con sus ojos inyectados en sangre y ese aspecto de jefe de estudios de internado. Para mi desgracia leí la extraordinaria obra de Stoker de adulto, a la luz de una linterna (imprescindible para leer esta obra y que tendría que ser de venta obligada con el ejemplar), descubriendo lo que me perdí a los quince años, cuando a buen seguro la imagen de la pobre Lucy, con un hilo de sangre bajándole por el cuello y perdiéndose en su generoso escote, hubiese sembrado mis sueños de lascivo terror.  drácula 2

Pero ya no hay vampiros como los de antes, que se disculpen por morderte o vivan un poco acomplejados de su calidad de subespecie. Los vampiros de entonces, los de blanco y negro o cinemascope, conocían a tu familia y se interesaban por ella, sabían que chupar mucho no era bueno para nadie, y que no todo en la vida es una orgía hemoglobínica.  Los vampiros de entonces eran educados y te engañaban solo lo indispensable, para ir tirando tú con ellos y ellos con tu sangre. Uno podía fiarse un poco de ellos, y controlar los daños e incluso comprar con esfuerzo la libertad, cosa impensable en nuestros días, cuando el concepto de eternos esclavos cobra su máxima expresión en nuestra naturaleza finita. Algunos se iban tranquilos al féretro, convencidos de haber ayudado a sus sustentadores. Los vampiros de ahora están muy mal educados, se han acostumbrado a las formas de los zombies, de tal manera que hoy solo podemos aspirar a zombies destrozones,  que te buscan una ruina o a vampiros sin clase y aún más invisibles en los espejos de la ética.

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Me pregunto cuántos vampiros ramplones y zafios puede mantener un trabajador medio, cuántos chupetazos pueden darnos antes de dejarnos secos del todo, antes de condenarnos a la morosidad eterna. Cuánto podremos aguantar hasta que el Val Helsing que llevamos dentro haga su aparición clavando estacas y cortando cabezas. Y pienso en esto después de leer una noticia sorprendente sobre ciertas tumbas transilvanas recientes, del s. XX, en la que se han encontrado esqueletos atravesados por una estaca. Parece ser que estas personas fueron tan perversas en vida que sus familiares y vecinos no dudaron en tratarlos como a un vampiro tras su deceso, por miedo a que volvieran a llevarse su sangre. Me sigo preguntando hasta qué grado de maldad se ha de llegar para que los demás piensen de ti que te vas a convertir en demonio cuando fallezcas.

¿Habría estacas en este país para tanto aspirante a vampiro, para tanto opositor a maldito chupasangre?