jueves, 11 de marzo de 2010

El Asedio

Hora y media bajo la lluvia esperando que las puertas se abran, con la preocupación de no encontrar un buen sitio para verle el careto a D. Arturo y la vejiga implorando un alivio postergado por las dos horas de carretera y la espera a la puerta del Palacio de Congresos. El libro, un ladrillo de setecientas páginas, bajo la chaqueta, resguardado de la pertinaz lluvia. Casi todos los que formamos la interminable cola que se pierde en la esquina de la antigua fábrica de Tabaco tenemos uno o dos ejemplares. “Hasta completar aforo”, reza la invitación. De ahí que desde muy temprano la gente forme una fila extrañamente silenciosa, educada, que no pierde la compostura ni cuando  abren las puertas. Se respeta el turno de entrada, se cede el paso… En la sala, un precioso salón de actos, no hay carreras, tropiezos, voces o empujones, sino un suave fluir de gentes de variado pelaje que van ocupando los asientos. El murmullo es agradable, casi relajante. Cuando ya no quedan butacas libres se ocupan los pasillos y las escaleras. Ignoro si alguien se ha quedado fuera, aunque lo dudo, ya que hay algunos rezagados que entran incluso cuando se han cerrado las puertas.

A las siete y media, con una puntualidad muy poco española, asoman Óscar Lobato, un tipo gordito y con cara bonachona, y Arturo Pérez-Reverte, que saluda a alguien de las butacas reservadas de las primera fila. Se le ve algo avergonzado por los aplausos con que el auditorio lo ha recibido. Varios minutos de ovación cerrada que termina cuando una señorita con traje de chaqueta oscuro comienza a desgranar la vida y obra del autor de la novela que nos reúne. El escritor más internacional del panorama cultural español, 360.000 ejemplares en la primera edición que sin duda se agotarán en pocas semanas, Alatriste, académico de la Lengua… Mientras, D. Arturo descorcha la botella de vino que han dispuesto en una mesita baja de cristal, custodiada por  dos sillones que ya ocupan los novelistas. Desde mi posición no puedo ver de qué vino se trata, pero por el color y las copas en las que se sirven  parece Fino o dulce de Málaga. Y comienza el acto.

Mucho territorio reverteriano: la muerte como fruto de la simetría cósmica, las fórmulas que rigen el azar, la guerra como lugar natural del hombre, el amor como refugio imposible aunque necesario, el eterno sentimiento unamuniano de ser un español sin ganas, la frustración por una ilustración española insuficiente, que nada tiene que ver con el espíritu revolucionario francés, y que terminó devolviéndonos a la España del Mañana efímero de Machado siempre con los últimos versos por cumplir.

Hora y tres cuartos de conversación entre los dos escritores que da para repasar los personajes principales de la obra y para desplegar ante el auditorio una Cádiz inédita para mí, atractiva y misteriosa.

Para la firma de ejemplares se pide evitar las fotografías y los autógrafos en papeles o servilletas. Aún así, se forma una cola que me disuade de alimentarla. Con quince años menos y más pelo en la cabeza no dudaría en ponerme en cola, pero los años, además de convertirme en mutilado capilar, se llevaron esa ilusión imprescindible para tamaña espera. La consumí, me digo  a modo de consuelo, en la espera de la calle. Me cuentan que a las once D. Arturo sigue firmando libros, como un Sísifo bibliográfico que imprimiera su nombre siempre en las mismas páginas, de forma constante.

La vuelta a casa bajo el enésimo diluvio universal de este año carece de interés. La novela (voy por la página setenta) da lo que promete, al menos por ahora. Extraordinario su comienzo y su meticulosa ambientación. Ya conozco a todos los personajes principales, o eso creo. Ahora la tengo delante, insinuante. Mirándome con prometedora y descarada lascivia. Me llama por mi nombre y a ella acudo tropezando conmigo mismo después de poner este punto.

1 comentario:

  1. Espero que disfrutes de la novela, tanto o al menos la sensación se aproxime, a la tarde que vivistes en Cádiz bajo la lluvia. Me ha encantado.

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