jueves, 15 de octubre de 2009

Estepona, Oasis de paz

Amanecer2A menudo recuerdo el viejo Renault 4 de mi padre. Me viene a la memoria no como la entrañable tartana en la que se convirtió doce años después de su adquisición, sino como la maravilla automovilística que a mis ojos de niños situaba a mi familia en otro estamento social: ya teníamos coche. Puede que no fuese un deportivo, ni siquiera agradable a la vista, pero ya no tendríamos que sufrir el portillo, nefando purgatorio con ruedas, con sus retrasos y paradas. Mi padre cuidó su coche con una puntillosidad y un cariño desmedido porque supo querer a aquella chatarra magnífica, no por lo que era, sino  por lo que representaba: la ilusión de un hombre empeñado en sacrificarse para mejorar la calidad de vida de los suyos y el esfuerzo que suponía pagar aquel coche con un sueldo tan humilde como el propio modelo pero ganado con un trabajo digno, del que aún hoy se siente orgulloso. Recuerdo el sonido metálico de sus puertas al cerrarse, su genuina palanca de cambios, el olor a nuevo la primera noche que montamos en él, como en una carroza mágica, recién sacado del concesionario.

También recuerdo con notable nitidez una pegatina que mi padre había colocado en la ventana trasera. Era pequeña, semitransparente y muy común en aquellas fechas. “Estepona, oasis de paz”, decía el eslogan. Dónde quedarán aquellos días de mi infancia, dónde esa paz en Estepona. Las aguas sin desembocadura se estacan o se se secan y el oasis termina siendo la peor parte de un desierto: la decadencia de un sueño.

Nuestro oasis se ha secado. La mala sombra nos ha cubierto y no hay forma de deshacerse de tanta negrura. La situación que atravesamos en nuestro pueblo es tan compleja  como caótica. De fondo tenemos las ocho mil almas que andan esperando que la suerte cambie y el trabajo los saque de la desesperación. Y aunque algo se podría hacer desde los órganos municipales no podemos culpar del paro a un ayuntamiento donde la creatividad en las soluciones a los muchos problemas que tenemos es como aquella trabajadora municipal: estar en plantilla, estaba, pero nadie la conocía. Otra cosa es la situación política, social y moral que sufrimos y que sí incumbe directamente a los que nos gobiernan. A todos, porque en este caso el reparto de la culpabilidad es inversamente proporcional al sentido común de los políticos que elegimos en las pasadas elecciones.

De una parte tenemos un gobierno demasiado extraño, demasiado artificial y forzado que ha dilapidado la poca credibilidad que conservaba después de los desagradables y nefastos acontecimientos de Astapa (aún no sabemos, respetando la presunción de inocencia, si perentorios). David Valadez ha ido arrimando sacos  terreros a los pilares de un ayuntamiento en ruinas que poco a poco se han ido convirtiendo en arenas movedizas y que han agotado su renta moral. Pocos creen ya en Valadez, cuyo gobierno ha destacado desgraciadamente  por la poca y mala gestión en diferentes áreas, que nos darán para varios artículos, el desesperado deseo de mantenerse en el sillón a costa de cualquier cosa o el hecho de no importarle gobernar con tránsfugas, antiguos adversarios políticos y elementos de dudosa capacidad para un cargo graciosamente otorgado. Somos muchos, demasiados quizás, los que vimos en la carambola judicial que aupó al poder a David la oportunidad que Estepona necesitaba para salir de la preocupante situación en la que nos habían instalado los diferentes oportunistas que, legislatura tras legislatura, ocuparon los sillones del salón de plenos. Muchos, por tanto, los desencantados al descubrir que poco ha cambiado.

La oposición mientras tanto vive en unas continuas vacaciones, caminando dos metros por encima de la cruda realidad, haciendo política de la señorita Pepis no se sabe a qué precio o por qué razón. Quizás porque cada cual tiene sus propios muertos escondidos en los armarios. Lo cierto es que tanto la oposición como el gobierno toman las decisiones pensando en hacer daño al adversario y no en lo que conviene a los ciudadanos. Dicho de otra manera, se están dando sus buenas puñaladas traperas… en nuestros riñones.

Y luego, y para acabar de describir someramente nuestro circo consistorial, están los señores imputados del mencionado caso Astapa que han sido expulsados de sus partidos y que se pasean con largas caras y gravedad en sus movimientos y decisiones, como si ahora gozasen de una dignidad de la que antes, cuando nadie dudaba de ella, no hiciesen gala. Tarde han aprendido que la mujer del Cesar, además de ser horrada tiene que parecerlo. En esta nueva etapa han descubierto su absoluta vocación por las zancadillas y el oportunismo, antes solo eran aficionados, pero con el tiempo y las adecuadas lecciones de algunos de ellos, más duchos por antigüedad en estas lides, han conseguido hacer de la felonía y la venganza su propio negocio, su sitio natural.  

Así, guiados por esta mezcla de incapacidad, ignorancia supina y mala inquina, nuestro pueblo zozobra a la deriva.

Oasis de paz… Mucho me temo que lo peor es que la guerra solo acaba de comenzar  y que parece claro quiénes seremos las bajas en la batalla.            

    

 

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